jueves 30 de octubre - 2025
La violencia hacia niñas, niños y adolescentes en Costa Rica: una herida permanente en el tiempo
En Costa Rica, más de cien mil niñas, niños y adolescentes enfrentan cada año alguna forma de violencia. Detrás de cada cifra hay una historia interrumpida: una infancia que pierde parte de su seguridad, su voz o su futuro. Y lo más grave es que el daño no termina ahí; los efectos de la violencia se extienden hasta la vida adulta, marcando la salud, las relaciones y las oportunidades de quienes la padecen.
Un país que escucha más denuncias, pero la atención pública es insuficiente
Según los datos más recientes del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), en 2024 se recibieron alrededor de 94.240 denuncias de maltrato, y se atendieron más de 125.700 menores afectados por algún tipo de violencia. La Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), reportó, además, la atención de 11.768 menores víctimas de abuso sexual durante ese mismo año, un aumento que revela una crisis silenciosa pero persistente.
Las formas más comunes de violencia incluyen el maltrato físico, la negligencia, el abuso sexual y la violencia emocional, a menudo dentro del propio hogar. Las consecuencias no se limitan al presente: cada experiencia adversa en la infancia deja huellas que acompañan a la persona en su crecimiento.
Las cicatrices invisibles del maltrato
La ciencia lo ha demostrado con claridad. Las llamadas Experiencias Adversas en la Niñez, están directamente relacionadas con el desarrollo de enfermedades crónicas, problemas emocionales, distorsiones cognitivas y dificultades de relacionamiento social en la vida adulta.
Las personas menores de edad, que crecen en ambientes violentos, tienen mayor riesgo de depresión, ansiedad, consumo sustancias, y de padecer enfermedades cardiovasculares o metabólicas. Además, pueden presentar tasas de deserción escolar, lo que repercute en menores oportunidades laborales a futuro, y en muchos casos, en la repetición del ciclo de violencia en sus círculos cercanos y familiares.
El concepto de “estrés tóxico” —que describe el impacto fisiológico del miedo y la inseguridad crónica— explica cómo la violencia sostenida puede alterar el desarrollo cerebral y emocional. Estas alteraciones no desaparecen con el tiempo; necesitan atención especializada, apoyo institucional y comunitario.
Avances importantes, pero brechas profundas
Costa Rica cuenta (2024) con una nueva Política Nacional de la Niñez y la Adolescencia (2024–2036), que busca articular esfuerzos las distintas instituciones, sector privado y sociedad civil. Esta política, impulsa la articulación como forma de atender a la población menor de edad, poniendo especial énfasis en las vulnerabilidades que afectan su desarrollo y en el pulso progresivo de estrategia de atención y prevención.
Sin embargo, el país sigue enfrentando subregistro de casos, falta de personal especializado y débil coordinación local.
En zonas rurales y comunidades en condición de pobreza, las familias tienen menos acceso a atención psicológica y jurídica, lo que amplía las desigualdades. Prevenir la violencia infantil no solo es una obligación moral: también es una inversión social y económica, al tiempo que responde a señalamientos y llamados de atención por el Comité de los Derechos del Niño, en su último informe país (2020). Cada caso atendido a tiempo reduce futuros costos en salud, justicia y asistencia social.
Prevenir para sanar: pasos urgentes
- Educación socioemocional en escuelas: enseñar a reconocer, prevenir y denunciar la violencia.
- Equipos de salud preparados: personal médico y psicológico con formación en trauma infantil y rutas de referencia claras.
- Campañas nacionales sostenidas: cambiar normas culturales que aún justifican el castigo físico o la “disciplina con golpes”.
- Apoyo económico y comunitario a familias vulnerables: reducir el estrés familiar y fortalecer redes de protección.
- Datos confiables y seguimiento: mejorar registros y crear estudios longitudinales que midan los efectos reales del maltrato infantil en la vida adulta.
Una responsabilidad compartida
La violencia contra la niñez no es solo un problema de las instituciones: es una responsabilidad colectiva. Proteger a la niñez no es un gesto de caridad: es la base del futuro que queremos como sociedad.
Cada persona puede ser parte de la solución: escuchar sin juzgar, denunciar sin miedo y crear entornos seguros en el hogar, la escuela y la comunidad.
Si sospechás que un menor está siendo víctima de violencia, podés comunicarte de inmediato con el PANI al 1147 o con la línea de emergencias 9-1-1.
Para la creación de esta nota, se contó con la asistencia de inteligencia artificial. Tuvo una orientación de la redacción, corroboración de información y una curación del documento final para su precisión. El contenido no se generó automáticamente.


